4.20.2011

Llueven palabras

Suceden los relojes, aplacando tu mirada implacable que nunca llega. El estruendo de la velocidad acecha. No hay tiempo para mirar las estrellas raptadas del cielo. Huele ácido, y el marrón de las naranjas anuncia muerte, irresistible, irremediable, irreparable. La sangre que se mezcla con el agua de la ducha parece torrente liberado, al mar de nuevo. Es el réquiem (por un mal sueño) de una vieja puta encerrada en cuerpo apenas adulto. Si bien no me he forjado ya me corroe la deformación, monstruo deconstruido que susurra demencia. Inquieta la luz del Sol si no has dormido la noche. La perversión es sutil tras una máscara de tristeza, aunque no por mucho tiempo.

 Bobadas, si cada uno estuviera en su sitio ya te habría encontrado. Incubo tu llegada rezando al techo de cal. Se me olvida parpadear engendrando locura disonante. Afino tu llegada que sin duda sonará acústica mientras enredo mis piernas, nudo infecto. Me congela tu mirada ausente, explosión de lujuria. Por eso me limito a las palabras sin eco, que se pierden en montañas de espinas y rosas. Por eso soy canción muda de anhelo y evasión. Conclusiones de una romántica en medio de la nada inquieta nunca pueden ser buenas. Suena entonces patética la esperanza de perder la razón y el despojo humano: ser (nariz, oreja, ojo, mano, lengua)

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