(21:24)Te escribo porque no puedo hacer poesía.
¡Volar!
volar…
Porque quiero volar,
A través de mi ventana veo otros cuartos encendidos
y me pregunto si también serán velados por gente apagada. Parte de lo que
pienso se pelea con estas palabras aglomeradas, mientras el resto atraviesa las
paredes de papel, al viento que no alcanzo, con Yann Tiersen enfermo de
melancolía y mi contagio atrincherado en el silencio de no saber a quién
contarle.
Como siempre lo dejo a medias, por el miedo a darme
cuenta de que no tiene fin, ni forma ni sentido, ni sentimientos si quiera. Cinco
líneas aborrecidas de mí y yo de ellas me pasean las inquietudes solas y las
piernas sueltas por las aceras valencianas. Que por cierto están frías, sin
caer en el romanticismo, o estrellándolo por completo, reconozco al tiempo que
acompaña. Como tu charquito donde quisiera aprender a bañarme y como el frío al
que emigro.
(13:17)Nunca pensé que se pudiera escribir (digo,
escribir de verdad) a estas horas de luz y rutina. Y ansia de que me explote el
corazón callado. Antes de seguir te habrás dado cuenta, como yo ahora, que comparto
tus paréntesis. Son pausas y aclaraciones y miradas, a
tu lado, al rubio de una cerveza alicantina y callejera, como en casa, fuera de
la vista a cualquier otro lado que no interesa.
A estas horas. Sin esa resaca que disfruto casi más
que la noche que la conlleva porque me hace implosionar despacito, no se dan
cuenta de lo que de verdad pasa. “No quiero a nadie, a menos que ese nadie seas
tú”. Canta Simone un secreto que queda entre las dos, y entre su piano de cola
y entre cada línea que suceden tus ojos la bandeja de entrada.
Que sucede y tiemblo. Los días pasan.
Los
días pasan,
los días pasan…
Soy otro
nadie fuera de lugar, que por no saber estar no está en ninguna parte.
(00:26) Al salón
templado (su cuerpo, su abrazo).
En el calor de una manta y en el
frío de sus manos, que si bien pienso que no llegan están a punto de llamar a
mi puerta. De esto no te he hablado.
Abriré, solo la lengua y unos versos
de paso.
(16:30) Son
las cuatro y media de una tarde de un jueves en huelga. Buen día para tratar
revoluciones internas. Y aunque no me dejes darte las gracias.
A la
distancia. Te he llorado secretos. He llorado el peso del mundo sobre tu oreja.
Necesitaba el hablarnos. Necesitaba escucharnos de nuevo. He llorado lo que no
me atrevo, la cobardía simple del que soy incapaz de pertenecer a algo. Ahora.
Soy un
poquito más etérea que antes, pero no como las ideas, sino como el aire. Como
el aire cargo con el peso liviano de quien tiene el alma desahogada.