- Cuéntamelo todo - me escribiste, tan serio y natural como siempre.
Creo que nadie es consciente de la importancia de sus palabras. Ni si quiera la gente que solo tiene versos para defenderse sabe del poder de la escritura.
Llevo días, desde que vi tu nombre en mi bandeja de entrada, pensando en aquella frase. Y pensé, en contarte todo lo que sé sobre mí. Y me quedé, en blanco. Y no el blanco que nos remite a la luz, que es paz, no el blanco precisamente de los dientes que se esconden tras esa boca que tantas veces te has planteado hacer prisionera. Era, más bien, un blanco virgen y vacío. Blanco vértigo reflejo de mi conciencia, que era nada, o si era, era una mentira detrás de otra. No te negaré que hubo más de un momento en que casi me las creo.
- Por eso no escribo - me dijo la mañana del martes - porque ya no trato de encontrarme con palabras. Las ideas de todos juegan a la verdad, pero solo la practican unos pocos valientes.
Así que cogí un tren. En los trenes encuentro siempre una buena metáfora de todo lo que pueda preocuparme, como en los paseos. El eterno viaje, el eterno cambio, la eterna vuelta a casa.
Vuelta a casa ya, fue más fácil el reencuentro. Hacía tiempo que no me miraba al espejo y me preguntaba si esa era yo, o una extraña que se había acomodado, y por cierto, con muy poca elegancia.
"Vi veri Veniversum vivus vici". No te asustes, no pretendía profundizar en esta frase, que es para aquellos valientes de los que te hablaba, simplemente compartirla contigo.
Puede parecer paradójico, precisamente, pero:
He necesitado ser gato algunos días para sentirme persona. Aunque, debo reconocer que últimamente me cuesta reconciliarme con mi forma más civilizada. Sé, que pienso, pero si lo hago, la mayor parte del tiempo es en la palabra hedonismo. ¿Tendrían algún sentido las guerras por la paz, o la paz misma, si pudiéramos liberarnos de la conciencia? He necesitado perder el móvil, el reloj, la responsabilidad y el tiempo para encontrarme. Parte del placer que reposa en hacer el amor con las palabras es que son amantes que a menudo traicionan.
Así, al Sol te cuento lo que el sol me ha revelado hace un momento. Desde donde estoy, antes recostada y ahora inclinada, por cierto, sobre una mesa en la que hace años pasaba horas debajo, conquistando el mundo sin vergüenza. Ahora, es el mundo el que me conquista a mí en cada batalla que surco escondida. Desde donde estoy veo una piscina y casi imagino que es mar abierto, me recuerda el poco tiempo que nos queda. Trae recuerdos para todos. Hace unas noches, y cada una que pasa confirma que soy un animal que pertenece a ellas, conocí a un hombre, en cuanto le vi, aunque aún fuese de día. Admito. Me sorprendí a punto de empuñar un lápiz y hacerle literatura. A punto. De librar una revolución en su nombre solo por la forma en que me miraba. Como vengo haciendo, en un intento desesperado de formar parte de la poca poesía que le queda a nuestra Tierra arrebatada, amo a varios hombres. Pero, y esto es otro tema, también odio a uno de ellos.
El calor ha decidido desvanecerse de la alicantina. Por eso, dejo este folio abandonado sobre esta mensa. Me voy en busca de otro sol que ande por las aceras.