Si algo he comprendido últimamente es que las casualidades no existen.
Deberían haber sido los acordes de su guitarra o un violín huérfano, pero no, piano. Esta vez es un piano que suena. El mediodía estaba vaciado de razones, como mis palabras huecas. Anhelo la pérdida de todo entendimiento, ¡y de tantas otras cosas! Sigue sonando, el piano; suave en mi jardín se confunde con el viento. El viento, que agita las ramas del pequeño olivo, que yace a mi lado, que está como nosotros de vivo. Me pregunto quién abandonará primero su forma original, le miro. Sonrío. Vivir es ser un desconocido cada día.
Una voz inglesa se confirma entre instrumentos: “Que pierda no significa que esté perdido”. Me afirma, aquello de que las casualidades no existen. Dos gorriones fugaces se posan en la mesa de cristal y apenas tocar la superficie, se han ido. Qué le hará a un pájaro tener tanta prisa.
Puedo comenzar una historia sin tener talento, ni ganas. Ni si quiera prosa necesito. Incluso sin ideas, sin que él me mire. Tengo un título y un cuerpo en la tierra, tengo una poesía en la piel y no sé cómo combatirla. Tengo una conquista abandonada y un sueño que emigra. No me tengo, en pie ni en persona. Recuerdo haber olvidado el paraguas y las ideas, supongo que solo queda mojarse en la lluvia.