8.31.2010

Hablan.



Hablan, como los cinco años anteriores, pero no dicen nada. Ojos que nos controlan, serios y autoritarios, acompañados de sonrisas a las que me gustaría prenderles fuego. Miro a mi alrededor, todos parecen estar muertos. Ahora comprendo mejor que nunca que las corbatas son sogas y que nos cuelgan del techo de la sala gélida de parquet. La tiranía, el conformismo y la ceguera se vuelven literales. Su olor a mierda asedia mis pulmones. Mi pulso se acelera, pues ahora el corazón es rabia. Rabia por la mentira organizada. Siguen hablando.

Entonces expulso las entrañas por la boca, vomitando así la sumisión. Suavemente, en silencio y por fin con la cabeza bien alta arranco mi cuerpo de la silla verde a la que estoy amarrada. Tomo a la dignidad y a la elegante valentía como fieles compañeras. Avanzamos de la mano. De una patada hago trizas el formalismo y la feminidad a la que nos condenaban el uniforme y las normas estúpidas. Ahora somos salvajes y bellos. Más brillantes, coherentes libres y libertarios que nunca. Dedos, uñas y manos arrancan las cabezas de los demonios. Por fin todos, incluso los monstruos, nos despojamos  del pudor y del poder que nos tiranizaba, nos desnudamos. Y nos sumergimos en una orgía de revolución sin límites.

Pero no he vomitado las entrañas. Se retuercen, pues lo ojos les han contado que la peor derrota se está digiriendo. Mientras el verano transcurría aparentemente tranquilo, la tormenta arrasaba con El Valle. Perdimos mucho. Lo perdimos todo.  Agua, rayos y viento se llevaron con sigo los tesoros de nuestro pequeño pero abismal microsistema. A la Literatura le salieron piernas, y echó acorrer, abandonándonos en un oasis seguro de monotonía y analfabetismo. Debí haberle echado una carrera. La Historia  desplegó sus alas de Ángel, y huyó del pasado. No me atreví a volar tan alto.

Y entre la jauría de lobos me siento como perro abandonado, que cambió colmillos por lágrimas.

Salud y mucha suerte.



8.29.2010

31.12.10

Como dientes que chirrían, uñas rasgando pizarras y cubiertos cortando platos. Una mano que acaricia un suelo arenoso y un caballo a punto de desbocarse.  Polvo, ácaros en tu nariz y tus ojos. Encías y muelas pasadas por el frío. Como las cucarachas de verano y las ratas de ciudad. El zumbido de un mosquito que acecha tu oído, y que puede meterse en tu cerebro. Un puente alto del que te vas a caer, aunque él seguirá en pie. Como el olor de un pesticida y su sabor amargo. Piojos y liendres de piojo en tu cabeza. Pelos en la ducha y en el cepillo. Una muerte que persigue pero no alcanza, por no ser  presa fresca.

Molesto.

Más molesto aún, pues sabes de su  irremediable presencia.

8.18.2010

En tarros de miel

No necesito tratamientos psicológicos. No necesito drogas, ni siquiera una infusión. No necesito hablar con un amigo. No, eso no serviría de nada. Tampoco llorarle a mi almohada. No quiero los buenos consejos de una madre ni las miradas compasivas de un padre. Ni hablemos entonces de pensar en otro. No necesito el placer, ni la música ni el baile. No quiero respirar si no es tu aliento. No quiero volar, solo caminar a tu lado. Por mí pueden desaparecer todos los versos, que yo solo escucharé tu voz. Me niego a vivir si no es por envejecer a tu lado. Morir en tu regazo. Renuncio a los viajes. Que solo haya un destino, tu cama. Que se cegen mis ojos si me regalas tu mirada. Que se lleven todo sabor y todo tacto si me puedo quedar con tus labios. Adiós al olor del melocotón, al color de las cosas cuando reposan bajo el sol, al cantar del jilguero y a la mirada felina. Yo solo quiero tus manos. Que tus brazos de fuego vuelvan a rodear mi cintura congelada y se fundad y se vuelvan agua. Enredar mi dedo en tu pelo rizado sería suficiente para sumergirme en tu cabeza. No sé si entiendes que quiero sostener tu mano, para levantarte cuando te caigas, a las tres de la mañana. Quiero tropezarme a tu lado. Limpiar una de tus lágrimas para convertirla en champán, y perdernos en el delirio de sus burbujas, en el dorado de su profundidad. Desgastar el rosado de tu lengua. Solo quiero sentir el negro de tus pestañas, de tu pelo, de tus pupilas. El negro de tu alma negra revolución

Adriana

8.16.2010

Si Van Gogh despertase

Para los amanes del arte, para aquellos osados que sueñan con estar delante de una obra de Van Gogh, y echar raíces como sus dulces almendros. A todos aquellos con un mínimo de sentido común: tengo malas noticias.

Hace unos días, aprovechando que estaba de paseo por Amsterdam, entré en el museo de Van Gogh. No soy experta en este artista, ni en ningún otro, ni mucho menos. Pero es bastante fácil apreciar a más de uno, emocionarte conociéndoles a través de biografías, catálogos de sus mejores obras e incluso leyendas absurdas. Es bastante fácil también que te invada una extraña sensación, entre la euforia y el llanto, cuando te posas ante una obra original. Ahí se encuentra una de las más maravillosas cualidades de todo tipo de arte: la obra es la misa, pero cada persona la siente de distinta manera. Puedes sentir esa extraña adrenalina, puedes sonreír, ensimismarte de melancolía, querer gritar o también puedes sentir un inmenso tedio, morirte del aburrimiento, eso también es muy lícito y lógico en más de una ocasión.

Bueno, el meollo del asunto es que el holandés al que se le ocurrió poner el museo, podría haberse quedado en su casa viendo la película inolvidable de la inolvidable vida de Van Gogh, El loco del pelo rojo, protagonizada por Kirk Douglas. El memo este, el de la ideíta, estará ahora descansando, lo peor de todo, con la conciencia muy tranquila…

Te levantas una mañana de Agosto (las mañanas de Amsterdam de Agosto son gélidas joder) bastante temprano. El madrugón se debe a la guía turística a la que sigues como la biblia, aunque ya la haya pifiado varias veces, como la biblia. Para suerte o desventura, esta vez, no se equivocaba: el museo abre a las diez, pero mejor estar media hora antes para evitar cola. Menos mal, porque estás bien pronto y te tragas una cola (con frío recuerden) de unos tres cuartos de hora. La gente corre hacia la cola, como si de un parque de atracciones se tratase. Te acercas al mostrador y comienzas a cuestionarte la moralidad de cobrar por algo que ni siquiera te pertenece a ti. ¿Tienen más sensibilidad para apreciar arte el que tiene más dinero? Dejando por unos minutos estas cuestiones al margen de tu conciencia, compras la por su puesto cara entrada y te das cuenta que necesitas los por su puesto caros auriculares, si quieres enterarte de algo. Los compras.

Por fin entras, con la ilusión tocada pero no hundida. Y para sorpresa o no tan sorpresa, para entrar has de cruzar la tienda, al igual que para salir, adentrándote en lo que parece una paradoja del círculo vicioso del consumismo.

Ahora falta por contar los más importante, lo más desastroso, y lo haré rápido pues enerva a cualquier mortal, y a más de un muerto seguro… Te plantas en el primer cuadro y descubres que el cuadro no coincide con la reproducción de los auriculares, lo compruebas con mil cuadros más y nada. Vas a buscar ayuda y al rato lo solucionas de la manera más típica, alguien entre el tumulto te dice qué es lo que hay que hacer. Sí, tumulto, porque al parecer no hay aforo limitado. Por fin te fijas en un cuadro y ¡están cubiertos por un cristal! El cristal refleja todas las bombillas, la luz verde del techo, la cual te destella en los ojos, y te refleja los caretos de los demás visitantes. Por si fuera poco la gente se amontona delante del cuadro, sin respetar si quiera los espacios. Ya puedes decir que has visto en dos horas más cogotes, nucas y espaldas que en toda tu vida. Los niños gritan, y también lo hacen sus padres. Tu cara va cambiando, a peor, por momentos. A punto de montar en cólera, te cagas en todo. No sabes si es por la obra de arte, pero esta vez quieres gritar.

Y es muy gracioso el hecho de no arrepentirse de haber pasado por esta tragicomedia, pues cuando consigues, con gran esfuerzo, quedarte solo, descubres que este loco peli rojo merece la pena. Lees energía, agresividad, dulzura y cansancio en sus pinceladas. Sus colores y sus formas parecen salir del cuadro. Y parecen llamarte al mundo de los colores que nunca habías visto, a la ciudad de las cosas que no existen.

PD: A la salida me compré un paraguas decorado con La noche. No llovía.

Revolución

8.14.2010

Red light


Solo necesitas abrir los ojos para comenzar una experiencia sensitiva irrepetible. Sentado en una terraza cualquiera (que más tarde te darás cuenta que no es una terraza cualquiera) en una mesita de la puerta, la cual da a una calle tan bohemia como moderna, puede comenzar. Se pierden en lo más recóndito de tu cerebro las conversaciones que mantienen las personas de tu alrededor, sabes de qué hablan pero no lo que hablan. Los ruidos se convierten en sonidos. Ya no solo lo oyes, ahora lo escuchas, ves y tocas. El ladrido de un perro, el ladrillo de las casas y el latido de los transeúntes embalsaman todo lo demás. La mezcla de olores y aromas adormilan tu cerebro. Tus pensamientos oscilan entre la nada y la prosa.  Ahora están más abiertos y despejados que nunca tu garganta, tu nariz y tus pulmones. Es de noche, pero la claridad del día llega hasta tu cara y, con toda naturalidad, la reflejas a las demás caras, a las ropas, al cielo que ves con dificultad y a la música que solo tú escuchas.
 Acabas tu paseo, en el que el entorno te ha robado la noción del tiempo.
Llegas a la cama, donde comes y saboreas lo mejor que has comido y saboreado en mucho tiempo. Y como si de un sueño se tratase, te derrites entre sus sábanas blancas, bajo un edredón del que no saldrás. Entonces sientes con toda certeza lo rápido e intenso que late tu corazón y lo relajado que deja ese latido, digno de excitación e incluso adrenalina, a cada uno de tus músculos. Toda tu piel se vuelve suave.
Justo antes de dormirte, eres sorprendido por una sonrisa que no recuerdas hace cuánto fue natural. Esa sonrisa lleva ya largo rato siendo manifestada por tus labios, que se estiran pero no se tensan, que firmes, rosas y carnosos alcanzan la comisura de tus ojos. Así es como la sonrisa habla a las pestañas, acaricia las pupilas, abraza los párpados. El baile melódico entre el cuerpo y los sentidos te deja dormido.


Revolución, te quiero

8.11.2010

... y buena suerte

El bofetón nocturno, momento del día catastrófico...

El primer sonido del día, el estruendo sinfónico del despertador. Apagas el despertador y abres los ojos. Recuerdas lo que has soñado y sabes que va a ser un día duro. Te levantas. Desayunas cualquier cosa, por su puesto, que no alimente. Sales a correr con la vecina y comienzas ya sin aliento. El sueño aún no ha terminado. Comienzas a correr, como nunca, cada vez más rápido. Curiosamente recuperas la respiración y dejas el sueño, el desayuno, los recuerdos y la mala hostia atrás. Tus talones repatean todo quello. Te pegas una ducha coreando todo lo que aparezca en el reproductor, llegando a notas que ni sabías que eistían. Vas a la playa, el plan más intrépido que podías haber elegido, Alicante en agosto, nada que envidiar a Benidorm, ni todo su apogeo. Vuelves a tu casa cuando ya no puedes más, no entiendo esa manía de llegar al límite epitelial, además sin protección solar. Comes y recives una visita, como siempre cargadita de realidad, nada mal para la hora de la siesta. Después tratas de ver por cuarta vez aquella película que consideras no puede faltar y que desde un principio ha sido imposible (en mi caso "Matrix"), la cual no terminará por convencerte. Por supuesto, no la ves. Más visitas y a jugar al volley. La compañía distrae, aunque sigas dándole vueltas al asunto como un maldito psicópata. Acabas en tu piscina bebiendo, con los cuatro rezagados de turno y sin ver el momento de llegar a casa. Llegas a casa y tu espíritu mártir-masoquista te empuja a las redes sociales. La bandeja de entrada te espera con el mensaje más amargo, que lees acompañado por los versos de "Sínkope" ("Le voy a cobrar a tus labios tus miradas"). Y el corazón vuelve a latir en la muerte, donde se supone que no hay nada. Y con ello se va el sueño, el desayuno, la carrera, el concierto en la ducha, el sol de verano, la comida, la compañía (sobre todo la compañía), la película, el volley, la cerveza, los versos, y te vas tú. Viaje al pasado, dulce miseria!

No ves el momento para perderte entre las sábanas, pues caerás enredado en todas aquellas cosas del día que no han sido.

 Mañana serás otra vez una mujer salvaje, ahora solo queda por decir:

Buenas noche y buena suerte

Revolución

8.09.2010

Buenos días

Este parece un gran momento para adentrarse en la aventura de los blogs. En una época en la que la depresión debería guiar mis días y el cansacio las horas, extrañamente el optimismo me acompaña en cada minuto...
Con la pena de perder los momentos intensos de pasión y la certeza de que "la volvimos a cagar" me despido de mi primer amor. Por fin! Adiós! Y digo por fin porque esto parecía un híbrido, mezcla de comedia romántica francesa y drama americano al más puro estilo de, como mínimo, Babel.
Con la esperanza de que mis próximas relaciones no sean tan irremediablemente destructivas y las ganas de vivir todas la aventuras posibles comienzo a escribir. Creo un pequeño espacio quizás de una manera un tanto impulsiva, para compartir todo aquello que crea merece la pena  o cualquier pensamiento absurdo que se me pase por la cabeza.
Espero sorprender y sorpenderme con este rinconcito de la red de redes...

Para acabar por hoy, declaro (con todos mis agradecimientos) culpable a Joan Jett de gran parte esta energía que me posee. También a la personilla que casi literalmente me la inyectó.

Salud y Revolución