La revolución quita el hambre. En alerta todos los espíritus libres. Cerebros con diarrea de acción y mientras, la prosa se paraliza. Imposible domar las manos en el teclado. No hay palabras cuando tu cuerpo está a punto de sublevarse, no hay. Al menos durante unos días. Parecía un microcosmos haberse puesto a la cabeza del mundo entero. Parecía que acompañaba al movimiento de la tierra ganando al Tiempo arrollador. Sólo un Sol abrasador podía hacer llegar el calor a los huesos. Insuficiente para los románticos el juego del fuego lento. Las ideas han follado y están tomando la calle.
Pero fuera de la euforia, siguen los hombres solos. Es por eso que el espectáculo debe continuar.
Las noches que dan paso al verano se llenan de ángeles caídos. Y sin saber qué es lo que les ha hecho venir, si el calor, la música, o la soledad que hasta en ellos habita desquiciada, comienzan las preguntas. El caos visita mi cama. Nos saludamos con la misma sonrisa de siempre, viejos amigos suicidas. Sorprende con qué facilidad encontramos ternura en la destrucción. Bragas rotas y pies sucios. Vieja loba, almohada de angustia y resaca de ron. Llueve ceniza, y te conozco menos que ayer.
Y siguen las preguntas que perturban, seducen, envenenan. Se siguen ansia y parálisis. ¿A qué huele el desasosiego? Supongo que a flores secas. Es una eternidad sin palabras, sin poesía oscura que haga de tu piel una hoguera. Un trovador sin lengua, o sin amante a la que agarrar del pelo. Soy yo ahogada en estos días interminables en los que la lluvia no te trae recuerdos a los que cantar. Quizás se nos haya olvidado cómo nadar en la tormenta.