La revolución quita el hambre. En alerta todos los espíritus libres. Cerebros con diarrea de acción y mientras, la prosa se paraliza. Imposible domar las manos en el teclado. No hay palabras cuando tu cuerpo está a punto de sublevarse, no hay. Al menos durante unos días. Parecía un microcosmos haberse puesto a la cabeza del mundo entero. Parecía que acompañaba al movimiento de la tierra ganando al Tiempo arrollador. Sólo un Sol abrasador podía hacer llegar el calor a los huesos. Insuficiente para los románticos el juego del fuego lento. Las ideas han follado y están tomando la calle.
Pero fuera de la euforia, siguen los hombres solos. Es por eso que el espectáculo debe continuar.

Y siguen las preguntas que perturban, seducen, envenenan. Se siguen ansia y parálisis. ¿A qué huele el desasosiego? Supongo que a flores secas. Es una eternidad sin palabras, sin poesía oscura que haga de tu piel una hoguera. Un trovador sin lengua, o sin amante a la que agarrar del pelo. Soy yo ahogada en estos días interminables en los que la lluvia no te trae recuerdos a los que cantar. Quizás se nos haya olvidado cómo nadar en la tormenta.