En defensa de los injustos me declaro experta del amor, y del caos. El resto lo desentiendo. A decir verdad, el resto ni me importa.
Me sacia la inmensa existencia de las cosas pequeñas. Ser el lunar de tu espalda que aún no has descubierto. Un pájaro de arcilla al vuelo o el sonido de los violines afinando antes del concierto bastan para que siga dibujando el camino más torcido con pies locos y ciegos. Podría ser una arruga de tu cama trasnochada y mi espíritu quedaría más lleno que el de los vencedores. Soy artesana de detalles imperceptibles al hombre cívico. A veces soy un héroe libertino, y a veces amante del miedo. A veces te miro cuando no te das cuenta.
Apenas me atrevo a escribir que ayer besaste mi mano, y que aparté la mirada, y sentí, que me desintegraba. A penas me atrevo a escribir que, entonces, te comprendí entero. Te comprendí incluso en mis expectativas. No me atrevo a escribir(te), ni si quera a pensar(te), que quiero que me agarres por la cintura. Fuerte. No me atrevo a hacer de esto verso. Arranco de cuajo las flores de tu ombligo para sembrarlas en mi veneno. Y en mi agujero de ti guardarte. Por el momento me perteneces, solo como el acento de la palabra imposible. Por el momento me asfixia el aire que te rodea, y la simple idea de hacerte literatura, o soneto. Por el momento, no me atrevo. No me atrevo a cuestionar que este corazón sin remedio quiera formar parte obediente del mundo.
Retiro lo escrito. Me invaden unas ganas hondas de ser literalmente incorrecta cada vez que te dirijo la palabra, se me subleva la saliva, se me arrebatan las ideas. Por el momento, quisiera comprobar cada una de mis verdades con tu sexo.